Le escribo estas líneas porque estoy desconcertado ante su figura y
ante la admiración que le profesan personas que se dicen de izquierdas,
como Pablo Iglesias, Lluís Llach, Anna Gabriel o David Fernández; y también, entre otros, un numeroso grupo de miembros o simpatizantes de Acción Antifascista y de otras organizaciones socialistas, comunistas y anarquistas. Le escribo, en resumen, para explicarle mi desconcierto.
Antes de nada, permítame decirle que no voy a negar lo evidente. Sé
que Franco oprimió a los nacionalistas vascos (al igual, por cierto, que
oprimió a demócratas y antifranquistas del resto de España). Sé que en
Euskadi (Euskalherria, si usted quiere) ha habido torturas por parte del
Estado y hubo terrorismo de Estado. También ha habido sentencias
judiciales impresentables (como la que motivó el cierre de Egunkaria). Efectivamente, las leyes internacionales dicen que los presos deben estar cerca del lugar en que residen sus familias.
Se lo reconozco: si se ilegalizó Batasuna, se deberían ilegalizar
también los partidos españoles de extrema derecha que, exactamente igual
que usted ha hecho durante décadas, defienden o justifican algún tipo
de violencia y desafían el orden democrático. Y, por supuesto, la
doctrina Parot era una cadena perpetua encubierta.
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