En la historia de la pintura, existen infinidad de dibujos al bistre,
aunque sea bistre una palabra que no figura en el diccionario de la
RAE. Por ejemplo, la Galería Nacional de Victoria, en Melbourne, posee
uno bellísimo. En él se ve a un anciano ofreciendo un regalo a un bebé
quien, en brazos de su madre, parece pedir permiso a ésta con la mirada
para aceptarlo. Los expertos creen que el dibujo es obra del pintor
Giovanni Battista Franco (s. XVI) más conocido como Il Semolei algo así
como el de la sémola, en dialecto veneciano. La imagen sería un estudio para una Adoración de los reyes.
¡Quién sabe cómo habrá llegado hasta las antípodas! El trazo del
dibujo, soberbio, es de un color pardo, oscuro: algo así como el sepia…
Pero el uso del color sepia (que se extrae precisamente de ese
cefalópodo) no se generalizaría hasta los siglos XVIII y XIX, cuando
desplazó al bistre y a la tinta china.
La creación de la tinta china (o tinta india, en Reino Unido) se
pierde en la noche de los tiempos. Se realizaba usando finísimos polvos
de carbón vegetal, u hollines de aceites vegetales, diluidos en agua y
espesados con alguna proteína de origen animal (la especie de queratina
que -perdón por el pleonasmo- recubre los cuernos de los cervatillos era
la más apreciada). En el caso del bistre, ese polvo se mezclaba con goma arábiga, glicerina, goma laca…
En una exposición, hace meses, vi que en la ficha de un cuadro ponía: tinta parda. Apunté estas dos palabras en el bloc de notas de mi teléfono móvil, porque ese color, la misteriosa tinta parda,
era igual que la tinta que usaba en su estilográfica mi tío Enrique. Y
es igual que la tinta que utilizo cuando, excepcionalmente, escribo a
pluma. En filatelia es una palabra más conocida, y no es raro encontrar
billetes de banco y sellos de colección descritos, en castellano y en
catalán, como de color bistre. A principios del siglo XV, en su Tabula de vocabulis sinonimis et equivocis colorum, el estudioso francés Jehan Le Begue, dio su primera definición del bistre, al que denominó caligo; del latín caligo-caliginis:
tinieblas, niebla. Por eso en castellano decimos que algo (el cielo, un
pensamiento, un texto como éste) es caliginoso cuando es denso, oscuro o
nebuloso.
(Sigue leyendo en La Marea)
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