2.11.10
La Tía Jo
(Un relatillo que escribí en 2003 y que ahora saco del baúl de los recuerdos):
Hace tiempo que Marky de Marck venía pensando en la historia que la tía Jo le contó en aquella terrible fiesta de la Empresa.
Marky acababa de ser contratado, recomendado por la tía Jo, y estaba a prueba bajo le estricta vigilancia del jefe de personal Walkers, militar en la reserva a punto de jubilarse. Marky no llevaba la ropa adecuada para la ocasión, ya que había sido invitado en el último momento, pues algunas personas habían faltado y era necesario, tal y como dijo Walkers, “sustituir a las bajas para no malgastar los víveres”.
En el aseo de caballeros, frente al espejo, Marky trataba de anudarse por tercera vez consecutiva la corbata que le había prestado el amable portero del club que la Empresa había alquilado: el reputado Chipendale Country Club. En eso entró en el aseo la tía Jo, vestida de esmoquin y fumando un largo puro. Puso la mano sobre el hombro de Marky y, con cara de gravedad, comenzó a hablar mirándose en el espejo y ajustando innecesariamente su corbata de lazo color verde e inadecuado.
—Mira Marky, aunque tú no lo sepas, tu tía Jo es un hombre. Soy un hombre— Marky dejó la corbata de lado, pues parecía haber menguado misteriosamente, y se dió la vuelta con la mirada perdida. De pronto la fijó en el puro de la tía Jo.
—¿Qué has bebido, tía?
—Oh… sólo burbon…
—¿Cuánto burbon?— Marky volvía a su corbata.
—… y un poco de ponche —añadió la tía Jo mientras constataba que su puro se había apagado y buscaba un encendedor en el esmoquin—. También probé el vino tinto—continuó mientras blandía el encendedor—, porque sabe más bueno con un buen cigarro como éste…
Marky se echó la corbata por encima del hombro izquierdo, como si fuera una estola, pues ahora parecía haber crecido.
—¿No te dijo el doctor Ackermann que no podías probar una gota de alcohol?— Marky se miró al espejo poniendo cara de hombre interesante y sensible, apoyó las yemas de los cinco dedos de la mano derecha en el mármol negro del lavabo, y se llevó la izquierda a la cadera, para parecer más interesante y sensible, ganar aplomo y dar más determinación a sus palabras—. Tía, deberías atender a lo que te dice el médico—Tía Jo puso cara de disgusto y luego se puso zalamera.
—Y así lo he hecho, querido. No he probado una gota de alcohol, sino miles, tantas como caben en una copa —de pronto Tía Jo volvió a ponerse seria, mirando el puro como si se hubiera vuelto a apagar intencionadamente, como si fuera alguien con quien no se puede contar en los momentos difíciles—. Además —continuó—, el doctor Ackermann es mi mujer, y nunca una mujer de Nueva Inglaterra le dirá a su marido lo que puede y no puede beber. Nunca.
Marky se había quitado la corbata y la estaba humedeciendo bajo el grifo, parecía no atender a su tía.
—Mira, tía Jo, el doctor Ackermann está casado y tiene dos hijas —Marky se guiñó un ojo a sí mismo en el espejo, se lanzó un beso, y comenzó a escurrir la corbata estrujándola sobre el lavabo.
La tía Jo soltó una bola de humo y farfulló mientras tosía.
—Precisamente, precisamente, mon petit chou-chou, dos hijas mías que son primas tuyas —dijo tratando de coger aire de entre su bola de humo, mientras daba manotazos delante de su cara.
Con el fin de plancharla, Marky extendía la corbata húmeda pegándola en el espejo, pero ésta se despegaba allí por donde Marky acababa de pasar la palma de la mano. Volvió la cabeza para mirar a su tía.
—¿Y la señora Ackermann, la esposa del doctor?
La tía Jo pareció no sorprenderse por el aserto de su sobrino, soltó una bola de humo y entrecerró los ojos, mascullando.
—La señora Ackermann, querido, no es tal. Robamos el cadáver hace años de la consulta de Acky, —Marky entendió que Acky era el doctor Ackermann— parece estar viva pero en realidad está disecada, como la madre de Norman Bates —la tía Jo sonrío gatuna—, la señora Ackermann se mueve porque está llena de ratas. Acky las alimenta a través del esfínter de esa estúpida muñeca. Tendrías que verlo— La tía Jo puso cara como de ensoñarse— no es nada divertido, pero sí extremadamente instructivo. Son unos animales encantadores. Acky ha hecho un delicioso documental de todo el proceso, con música de José Feliciano. Es tan creativo. Un día de estos, si quieres, llevo la cinta a tu apartamento para que la veamos juntos. Oh, querido, ya nunca hacemos planes juntos, como antes, cuando todavía era una mujer.
Marky no prestaba atención a tía Jo. Sólo la corbata le preocupaba, no conseguía ni ponérsela ni alisarla: resopló y la arrugó entre sus dos manos como si quisiera aniquilarla. Entonces recuperó la compostura, extendió de nuevo la delicada tira de tela y la pasó cuatro o cinco veces por debajo de la tolva del secador de manos, tal y como si estuviera siguiendo un ritual misterioso, dado que el secador no se activaba. Justo cuando Marky iba a contestar a la tía Jo fue interrumpido por el estruendo del aparato que, a la décima intentona, se había activado. Y en el preciso momento en el que Marky había empezado a gritar el secador se paró de golpe.
—¡Tía, eres una mujer!— El aullido fue claramente audible por los aparcacoches. Con diligencia, Marky volvió a efectuar los pases mágicos con la corbata.
—Me estás gritando, querido —la tía Jo puso cara de disgusto—. Soy un hombre. Acky y yo nos operamos simultáneamente —el secador volvió activarse estruendosamente para enmudecer justo en el momento en el que el jefe de personal Walkers entraba en el aseo y la tía Jo comenzaba a gritar hasta desgañitarse— ¡¡Él me dio su verga bravía, y yo le dí mis pechos de sultana y mis labios mayores vaginales!! ¡¡¿No es fantástico?!!
El jefe de personal Walkers farfulló algo acerca de Ronald Reagan y de la Asociación Nacional del Rifle, sacó una libretilla en la que comenzó a anotar algo, y salió del baño tal y como había entrado, aunque aún más feo. Marky enmudeció y abrió mucho los ojos. Éstos empujaban sus cejas hacia arriba, muy muy arriba. Entonces, ante la reacción de Walkers, Marky rompió a llorar, a hipar y a toser, y recogió y rebañó el fruto abundante de un sonoro estornudo con la corbata que tenía arrugada dentro de su mano izquierda.
En ese momento se fijó en la etiqueta de aquel batiburrillo viscoso e irreconocible que se abría en su mano como una pequeña crisálida de alienígena. Dejó de llorar de golpe: “Moschino —decía la etiqueta— Serie limitada. Edición exclusiva y numerada para el Chipendale Contry Club. Seda natural. Evite el contacto con el agua. Lavar en seco. No acercar a superficies calientes”. Marky rompió de nuevo a llorar, con más fuerza incluso que antes.
La tía Jo le puso las manos en los hombros, le miró fijamente a la cara, y comenzó a hablar pausadamente, con el puro en la boca que, definitivamente apagado, casi llegaba a la nariz enrojecida y moqueante de Marky.
—De hombre a hombre, querido: tienes que superar esta situación. No me defraudes.
Hace tiempo que Marky de Marck venía pensando en la historia que la tía Jo le contó en aquella terrible fiesta de la Empresa.
Marky acababa de ser contratado, recomendado por la tía Jo, y estaba a prueba bajo le estricta vigilancia del jefe de personal Walkers, militar en la reserva a punto de jubilarse. Marky no llevaba la ropa adecuada para la ocasión, ya que había sido invitado en el último momento, pues algunas personas habían faltado y era necesario, tal y como dijo Walkers, “sustituir a las bajas para no malgastar los víveres”.
En el aseo de caballeros, frente al espejo, Marky trataba de anudarse por tercera vez consecutiva la corbata que le había prestado el amable portero del club que la Empresa había alquilado: el reputado Chipendale Country Club. En eso entró en el aseo la tía Jo, vestida de esmoquin y fumando un largo puro. Puso la mano sobre el hombro de Marky y, con cara de gravedad, comenzó a hablar mirándose en el espejo y ajustando innecesariamente su corbata de lazo color verde e inadecuado.
—Mira Marky, aunque tú no lo sepas, tu tía Jo es un hombre. Soy un hombre— Marky dejó la corbata de lado, pues parecía haber menguado misteriosamente, y se dió la vuelta con la mirada perdida. De pronto la fijó en el puro de la tía Jo.
—¿Qué has bebido, tía?
—Oh… sólo burbon…
—¿Cuánto burbon?— Marky volvía a su corbata.
—… y un poco de ponche —añadió la tía Jo mientras constataba que su puro se había apagado y buscaba un encendedor en el esmoquin—. También probé el vino tinto—continuó mientras blandía el encendedor—, porque sabe más bueno con un buen cigarro como éste…
Marky se echó la corbata por encima del hombro izquierdo, como si fuera una estola, pues ahora parecía haber crecido.
—¿No te dijo el doctor Ackermann que no podías probar una gota de alcohol?— Marky se miró al espejo poniendo cara de hombre interesante y sensible, apoyó las yemas de los cinco dedos de la mano derecha en el mármol negro del lavabo, y se llevó la izquierda a la cadera, para parecer más interesante y sensible, ganar aplomo y dar más determinación a sus palabras—. Tía, deberías atender a lo que te dice el médico—Tía Jo puso cara de disgusto y luego se puso zalamera.
—Y así lo he hecho, querido. No he probado una gota de alcohol, sino miles, tantas como caben en una copa —de pronto Tía Jo volvió a ponerse seria, mirando el puro como si se hubiera vuelto a apagar intencionadamente, como si fuera alguien con quien no se puede contar en los momentos difíciles—. Además —continuó—, el doctor Ackermann es mi mujer, y nunca una mujer de Nueva Inglaterra le dirá a su marido lo que puede y no puede beber. Nunca.
Marky se había quitado la corbata y la estaba humedeciendo bajo el grifo, parecía no atender a su tía.
—Mira, tía Jo, el doctor Ackermann está casado y tiene dos hijas —Marky se guiñó un ojo a sí mismo en el espejo, se lanzó un beso, y comenzó a escurrir la corbata estrujándola sobre el lavabo.
La tía Jo soltó una bola de humo y farfulló mientras tosía.
—Precisamente, precisamente, mon petit chou-chou, dos hijas mías que son primas tuyas —dijo tratando de coger aire de entre su bola de humo, mientras daba manotazos delante de su cara.
Con el fin de plancharla, Marky extendía la corbata húmeda pegándola en el espejo, pero ésta se despegaba allí por donde Marky acababa de pasar la palma de la mano. Volvió la cabeza para mirar a su tía.
—¿Y la señora Ackermann, la esposa del doctor?
La tía Jo pareció no sorprenderse por el aserto de su sobrino, soltó una bola de humo y entrecerró los ojos, mascullando.
—La señora Ackermann, querido, no es tal. Robamos el cadáver hace años de la consulta de Acky, —Marky entendió que Acky era el doctor Ackermann— parece estar viva pero en realidad está disecada, como la madre de Norman Bates —la tía Jo sonrío gatuna—, la señora Ackermann se mueve porque está llena de ratas. Acky las alimenta a través del esfínter de esa estúpida muñeca. Tendrías que verlo— La tía Jo puso cara como de ensoñarse— no es nada divertido, pero sí extremadamente instructivo. Son unos animales encantadores. Acky ha hecho un delicioso documental de todo el proceso, con música de José Feliciano. Es tan creativo. Un día de estos, si quieres, llevo la cinta a tu apartamento para que la veamos juntos. Oh, querido, ya nunca hacemos planes juntos, como antes, cuando todavía era una mujer.
Marky no prestaba atención a tía Jo. Sólo la corbata le preocupaba, no conseguía ni ponérsela ni alisarla: resopló y la arrugó entre sus dos manos como si quisiera aniquilarla. Entonces recuperó la compostura, extendió de nuevo la delicada tira de tela y la pasó cuatro o cinco veces por debajo de la tolva del secador de manos, tal y como si estuviera siguiendo un ritual misterioso, dado que el secador no se activaba. Justo cuando Marky iba a contestar a la tía Jo fue interrumpido por el estruendo del aparato que, a la décima intentona, se había activado. Y en el preciso momento en el que Marky había empezado a gritar el secador se paró de golpe.
—¡Tía, eres una mujer!— El aullido fue claramente audible por los aparcacoches. Con diligencia, Marky volvió a efectuar los pases mágicos con la corbata.
—Me estás gritando, querido —la tía Jo puso cara de disgusto—. Soy un hombre. Acky y yo nos operamos simultáneamente —el secador volvió activarse estruendosamente para enmudecer justo en el momento en el que el jefe de personal Walkers entraba en el aseo y la tía Jo comenzaba a gritar hasta desgañitarse— ¡¡Él me dio su verga bravía, y yo le dí mis pechos de sultana y mis labios mayores vaginales!! ¡¡¿No es fantástico?!!
El jefe de personal Walkers farfulló algo acerca de Ronald Reagan y de la Asociación Nacional del Rifle, sacó una libretilla en la que comenzó a anotar algo, y salió del baño tal y como había entrado, aunque aún más feo. Marky enmudeció y abrió mucho los ojos. Éstos empujaban sus cejas hacia arriba, muy muy arriba. Entonces, ante la reacción de Walkers, Marky rompió a llorar, a hipar y a toser, y recogió y rebañó el fruto abundante de un sonoro estornudo con la corbata que tenía arrugada dentro de su mano izquierda.
En ese momento se fijó en la etiqueta de aquel batiburrillo viscoso e irreconocible que se abría en su mano como una pequeña crisálida de alienígena. Dejó de llorar de golpe: “Moschino —decía la etiqueta— Serie limitada. Edición exclusiva y numerada para el Chipendale Contry Club. Seda natural. Evite el contacto con el agua. Lavar en seco. No acercar a superficies calientes”. Marky rompió de nuevo a llorar, con más fuerza incluso que antes.
La tía Jo le puso las manos en los hombros, le miró fijamente a la cara, y comenzó a hablar pausadamente, con el puro en la boca que, definitivamente apagado, casi llegaba a la nariz enrojecida y moqueante de Marky.
—De hombre a hombre, querido: tienes que superar esta situación. No me defraudes.
Etiquetas: humor, idas de olla, relatos
3.9.10
Lección de primaria para Stephen Hawking

Dices, por ejemplo: "Hay una diferencia fundamental entre la religión, que se sustenta en la autoridad, y la ciencia, que se basa en la observación y la razón. Esta última ganará, porque funciona". En primer lugar, la religión no se sustenta en la autoridad. Lo que se sustenta en la autoridad es la llamada “religión positiva”: los ritos, las jerarquías, las iglesias, los dogmas… La religión como sentimiento religioso se basa en la Fe que, si es auténtica es, por definición, individual, personal y conscientemente contraria a la razón. Y recordemos que el que cree en Dios lo considera omnipotente.
La gente con formación científica olvida muchas veces el pequeño detalle del significado de ese atributo divino. La omnipotencia implica que Dios puede hacer a la vez una cosa y la contraria: establecer y violar las leyes de la física, sodomizar a Newton y dejar a millones de niños morir de hambre y, con todo, ser infinitamente bueno. “Eso es imposible”. Sí para nosotros, no para Dios, que es omnipotente. Dios puede ser la nada. Desde el momento que uno tiene Fe está legitimado para ignorar la propia capacidad de discernir.
Es ingenua la trascendencia que gente con algo de formación científica (pero sin auténticas bases sólidas) otorga a la teoría del Big-Bang. Creen que esa teoría explica la existencia de las cosas y que con ella van a apear de la burra a los creyentes.
Desde hace milenios la filosofía es consciente de que nada explica racionalmente que algo exista. El Big-Bang puede describir el origen del Universo y cómo se formaron los planetas, nada más y nada menos. Pero el porqué de que haya entes y no más bien nada es algo que no tiene explicación, ni científica ni de ningún tipo y no la tendrá nunca (salvo en la fe, el mito, la ficción…). Sé que eres plenamente consciente de ello.
Por otro lado, sorprende la ingenuidad de tu afirmación de que la ciencia “se basa en la observación y la razón”. La ciencia es un producto humano y, como tal, antropocéntrico. Igual que la democracia a la convivencia, la ciencia actual es al conocimiento el menos malo y el más efectivo de los sistemas.
Hace siglos que los filósofos saben que no se puede dar por sentada esa facultad que tú llamas “razón”. Por otro lado, desde Pirrón y su discípulo Sexto Empírico y, después, desde George Berkeley, la facultad humana de la observación como “autoridad” para el conocimiento quedó demolida.
Al respecto de la razón y de la observación te recomiendo mucho esta brevísima lectura de un opúsculo de Nietzsche. Su tesis principal es que el ser humano solo ve los conceptos que él mismo ha creado. Seguro que lo encontrarás estimulante desde su primera línea:
“En algún apartado rincón del universo, desperdigado de innumerables y centelleantes sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales astutos inventaron el conocer. Fue el minuto más soberbio y más falaz de la Historia Universal, pero, a fin de cuentas, sólo un minuto…” (Sigue leyendo)
13.11.09
Vida de Áldertun (IV)
A esa hora comenzaba a ponerse el TPM y el horizonte adquiría tonos de teletienda. Áldertun y Norris caminaban por la Rúa de la Calle del Carrer de la Kalea Street, que comunicaba el Postradero Anglosajonazo y el centro de la capital del arrabal XCROTEX. Pensaban tomar un poco de Soma para olvidar, y también pensaba tomar un poco de Solaris para ver plasma en color. E incluso una ración de Ubik, para hacerse la picha un lio espacio-temporal. También pensaban conocer el hielo: pero para ello tenían que encontrar al gitano Melquiades y viajar a nuestro tiempo.
Iba a ser una noche movida y todo sin que Áldertun supiera que le aguardaba un mensaje de SUPERCEO.
SUPERCEO estaba en su terapalacio de verano, en el invernadero, ocupado en regar su jardín de fractales y sus rosales. Había conseguido una nueva variedad de rosas informativas, cuyos bits olían a Claude Shannon en el momento en que esperas que Claude Shannon te diga que va a cenar contigo (cuando casi lo das por hecho) y luego resulta que Claude Shannon te dice que no. O sea, que las rosas informativas olían mucho.
El terapalacio oficial de SUPERCEO estaba ubicado en la península de Jartomándilo, al borde del desfiladero del mar del Mojicón: colgado sobre un océano de plasma violáceo. Los rayos de TPM se deslizaban por la purpúrea superficie y penetraban en el invernadero del SUPERCEO de manera procaz. Los rayos de TPM incluso se frotaban con las rosas Shannon y las hacían jadear como peritos de San Juan.
SUPERCEO estaba harto de responsabilidades. Sólo quería dedicarse a sus rosas y a coleccionar relojes de Loja, unos objetos carísimos y extraños, que procedían (no está confirmado, aquí debe hacer el lector un voto de confianza) de un pueblo. Pueblo es una palabra que ustedes entienden pero que en el mundo de Áldertun era tan inconcebible como la hermana de Norris.
SUPERCEO había revisado miles de cientos de decenas de unidades de uno: el expediente de Áldertun; y había decidido que aquel súbdito estaba llamado a ser el JEFE.
Mientras tanto Áldertun y Norris se habían entretenido por el camino y habían decidido, al fin, clonarse el codo para poder chupárselo. Era la moda. Al fin se rompía la maldición milenaria de que los humanos (y los centauroides) no podían chuparse su propio codo. Es más, Áldertun se lo estaba chupando en este momento. Y le gustaba, aunque en la lengua todavía tenía un deje de fibra de costra azul de Norris.
Tras beber Soma, Solaris y Ubik, Áldertun y Norris se hallaban en un mundo feliz. A Áldertun la hermana de Norris le parecía ahora 1984 veces más gigatractiva. Es más: quería concebir con ella. Asfalismena, que así se llamaba la hermana de Norris, estaba con unas amigas en el Deudoculpódromo, viendo una carrera de ex maridos domesticados. Se sentía feliz Asfalismena, no pensaba para nada en Áldertun. Sólo tenía en mente el plan para aquella nix (en este relato noche se dice nix). Todas las amigas iban a clonarse los codos para chupárselos.
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Iba a ser una noche movida y todo sin que Áldertun supiera que le aguardaba un mensaje de SUPERCEO.
SUPERCEO estaba en su terapalacio de verano, en el invernadero, ocupado en regar su jardín de fractales y sus rosales. Había conseguido una nueva variedad de rosas informativas, cuyos bits olían a Claude Shannon en el momento en que esperas que Claude Shannon te diga que va a cenar contigo (cuando casi lo das por hecho) y luego resulta que Claude Shannon te dice que no. O sea, que las rosas informativas olían mucho.
El terapalacio oficial de SUPERCEO estaba ubicado en la península de Jartomándilo, al borde del desfiladero del mar del Mojicón: colgado sobre un océano de plasma violáceo. Los rayos de TPM se deslizaban por la purpúrea superficie y penetraban en el invernadero del SUPERCEO de manera procaz. Los rayos de TPM incluso se frotaban con las rosas Shannon y las hacían jadear como peritos de San Juan.
SUPERCEO estaba harto de responsabilidades. Sólo quería dedicarse a sus rosas y a coleccionar relojes de Loja, unos objetos carísimos y extraños, que procedían (no está confirmado, aquí debe hacer el lector un voto de confianza) de un pueblo. Pueblo es una palabra que ustedes entienden pero que en el mundo de Áldertun era tan inconcebible como la hermana de Norris.
SUPERCEO había revisado miles de cientos de decenas de unidades de uno: el expediente de Áldertun; y había decidido que aquel súbdito estaba llamado a ser el JEFE.
Mientras tanto Áldertun y Norris se habían entretenido por el camino y habían decidido, al fin, clonarse el codo para poder chupárselo. Era la moda. Al fin se rompía la maldición milenaria de que los humanos (y los centauroides) no podían chuparse su propio codo. Es más, Áldertun se lo estaba chupando en este momento. Y le gustaba, aunque en la lengua todavía tenía un deje de fibra de costra azul de Norris.
Tras beber Soma, Solaris y Ubik, Áldertun y Norris se hallaban en un mundo feliz. A Áldertun la hermana de Norris le parecía ahora 1984 veces más gigatractiva. Es más: quería concebir con ella. Asfalismena, que así se llamaba la hermana de Norris, estaba con unas amigas en el Deudoculpódromo, viendo una carrera de ex maridos domesticados. Se sentía feliz Asfalismena, no pensaba para nada en Áldertun. Sólo tenía en mente el plan para aquella nix (en este relato noche se dice nix). Todas las amigas iban a clonarse los codos para chupárselos.
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17.9.09
Vida de Áldertun (III)
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Aún así Áldertun besó las costras de Norris, que sabían a fibra de costra, y no a auténtica costra (que era algo carísimo y que sólo los sapuercazos podían permitirse). La idea de concebir con la hermana de Norris le hizo concebir una idea pecataminutosa e incluso pecamisantrópica. Le gustó, en definitiva, pero él estaba llamado a un destino superior.
Áldertun era el elegido por SUPERCEO, el CEO superior, para regir los destinos del arrabal planetario XCROTEX, donde él había sido producido. Áldertun iba a ser algo así como el JEFE. El que cortara el bacalao. Tendría costra auténtica, azul añil. Sería el legislador, ejecutor y juez. No iba a tener que volver al postradero (al menos no como postrante y sí como postrificador –aquel que hace que los demás se postren-). Podría comer tarta al whisky, arroz con leche, cuajada… todo casero.
No era todavía consciente Áldertun de su destino, pero en su receptáculo de misivas funcionariales tenía un mensaje de SUPERCEO dirigido a él personalmente. En el a, ante, cabe, bajo, por, SOBRE, tras, mediante, excepto, salvo, ponía: “Áldertun, vente pacá”.
Entre tanto, Áldertun, al que podríamos llamar Á para ahorrarnos escribir ‘ldertun’, no pensaba en ser JEFE. Más bien pensaba en que había llegado la hora de concebir con la hermana de Norris, al que podríamos llamar ADEFESIO, porque Norris era feo, pero su hermana era peor. Era inconcebiblemente fea, pero concebible en cuanto a sabrosura. Al menos para Á, o Áldertun. Y algún otro, incluido Norris.
- Está bien, concebiré con tu hermana, Norris –concedió Áldertun mientras frotaba su monouña contra la pernera del centaurón (un patalón especial para centauroides, porque Áldertun era un centauroide: mitad afrancesado mitad reaccionario. Un producto incomprendido, adelantado a su tiempo y que nunca iba a ser aceptado por el pueblo cuando llegara a desempeñarse como JEFE).
Esta historia va a ser rematadamente difícil de seguir. Espero que estéis conmigo.
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Aún así Áldertun besó las costras de Norris, que sabían a fibra de costra, y no a auténtica costra (que era algo carísimo y que sólo los sapuercazos podían permitirse). La idea de concebir con la hermana de Norris le hizo concebir una idea pecataminutosa e incluso pecamisantrópica. Le gustó, en definitiva, pero él estaba llamado a un destino superior.
Áldertun era el elegido por SUPERCEO, el CEO superior, para regir los destinos del arrabal planetario XCROTEX, donde él había sido producido. Áldertun iba a ser algo así como el JEFE. El que cortara el bacalao. Tendría costra auténtica, azul añil. Sería el legislador, ejecutor y juez. No iba a tener que volver al postradero (al menos no como postrante y sí como postrificador –aquel que hace que los demás se postren-). Podría comer tarta al whisky, arroz con leche, cuajada… todo casero.
No era todavía consciente Áldertun de su destino, pero en su receptáculo de misivas funcionariales tenía un mensaje de SUPERCEO dirigido a él personalmente. En el a, ante, cabe, bajo, por, SOBRE, tras, mediante, excepto, salvo, ponía: “Áldertun, vente pacá”.
Entre tanto, Áldertun, al que podríamos llamar Á para ahorrarnos escribir ‘ldertun’, no pensaba en ser JEFE. Más bien pensaba en que había llegado la hora de concebir con la hermana de Norris, al que podríamos llamar ADEFESIO, porque Norris era feo, pero su hermana era peor. Era inconcebiblemente fea, pero concebible en cuanto a sabrosura. Al menos para Á, o Áldertun. Y algún otro, incluido Norris.
- Está bien, concebiré con tu hermana, Norris –concedió Áldertun mientras frotaba su monouña contra la pernera del centaurón (un patalón especial para centauroides, porque Áldertun era un centauroide: mitad afrancesado mitad reaccionario. Un producto incomprendido, adelantado a su tiempo y que nunca iba a ser aceptado por el pueblo cuando llegara a desempeñarse como JEFE).
Esta historia va a ser rematadamente difícil de seguir. Espero que estéis conmigo.
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24.9.07
Vida de Áldertun (II)
Norris Trepanus tenía las rodillas teñidas del azul de la sangre derramada por hincarse de hinojos durante horas en el Postradero Anglosajonazo. Allí había que andar, siempre de rodillas, desde la estatua del Dios Hamburguesero al Dios CocaColero, de éste al Dios Rascaielero y al Dios Roadmoviero. San Dolario y San Visario eran vestigios del pasado, aunque todavía alguna gente sentía Símbolo del Elemento Químico Hierro por ellos
Norris vio llegar a Áldeturn por la Rúa de la Calle del Carrer de la Kalea Street. Una de las arterias de la Ciudad-Cuerpo Místico Jim Morrison.
—¡Ya era instante!, por San Kerouac, —Se quejó Norris con gemidos reprobatorios estándar—. ¿Dónde te habías metido?
Áldertun se rascó El Ojo con su manopla-lija 3.0 y levantó su pierna derecha en Señal Universal de Apoligizamiento o Gilipollismo. —No te lo vas a virtualizar—. Hizo una pausa dramática. —He leído algo en el Ministerio y he meditado sobre ello.
— ¡Estás loco! —Gritó murmurando Norris. Sus rodillas habían empezado a costrificar y los chasquidos eran muy ruidosos. —Mira, Áldertun —Se puso grave Norris— Hace tiempo que no vienes al Postradero y encima estás leyendo cosas ancianas del Ministerio. Quiero que me beses y que beses mis costras azules. Fíjate, ya son azul marino. Mira qué ruido hacen. Chas, chas, chas. Están duritas para ti. Además, mi hermana quiere concebir contigo y tú no le haces caso. Sabes que sin no besas mis costras religiosas no puedes concebir con mi hermana.
Pero Áldertun no sabía si quería concebir. Aún así…
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5.9.07
Vida de Áldertun
Sinopsis: Ambientado en un incierto futuro, 'Vida de Áldertun' es un relato, o quizá algo más, que narra las aventuras de Áldertun, un centauroide llamado a desempeñar una gran misión junto a su amigo Norris Trépanus. Y dice así:
Año 2832 de la Era Perrofláutica:
Áldertun, el joven aprendiz de druida funcionario, abrió El Libro por La Página (es que El Libro sólo tenía Una Página), y leyó con El Ojo (es que Aldertun era tuerto) y también leyó con atención:

"Extracto del Brevarius Rajoniensis, hallado por el arqueólogo Stephen Gerard Tercero, del Smithsonian Institut de Onzonilla, en el recinto arqueológico de la villa de Maderit, país de Freedom for Catalonia. El texto escrito sobre piel de cordero zurdo nonato, en caracteres escrotiformes del leperio bajo (o leperio entrepernelis):
'Oh, señor licuadora, luchador del parque. La sucesión de tus polluelos es profusa. El Heredero debe ser destruido o asustado. Oh, señor del termo [aquí la traducción es confusa] tengo la camisa negra porque negra tengo el asma. El zurullo viene no más pinchoso. Ándele. Oh, Gallardonazo el maldito. No me quitarás mi sabrosura. Oh, señor de la palanca. Yo te [y aquí se corta el texto]".
Áldertun cerró El Libro y El Ojo y se quedó dormido meditando sobre lo que acababa de leer. Meditó tres o cuatro veces, porque había comido McFabes y puso los pies mono-uña (cinco dedos que comparten una sola y gran uña) en remojo de horchata de desempleado.
Todavía no lo sabía, pero a Áldertun le esperaban grandes aventuras y también le esperaba su amigo Norris Trépanus en la puerta del Postradero Anglosajonazo.
Pero eso será en el próximo capítulo.
(En la imagen, Norris Trépanus, amigo de Áldertun)
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Año 2832 de la Era Perrofláutica:
Áldertun, el joven aprendiz de druida funcionario, abrió El Libro por La Página (es que El Libro sólo tenía Una Página), y leyó con El Ojo (es que Aldertun era tuerto) y también leyó con atención:

"Extracto del Brevarius Rajoniensis, hallado por el arqueólogo Stephen Gerard Tercero, del Smithsonian Institut de Onzonilla, en el recinto arqueológico de la villa de Maderit, país de Freedom for Catalonia. El texto escrito sobre piel de cordero zurdo nonato, en caracteres escrotiformes del leperio bajo (o leperio entrepernelis):
'Oh, señor licuadora, luchador del parque. La sucesión de tus polluelos es profusa. El Heredero debe ser destruido o asustado. Oh, señor del termo [aquí la traducción es confusa] tengo la camisa negra porque negra tengo el asma. El zurullo viene no más pinchoso. Ándele. Oh, Gallardonazo el maldito. No me quitarás mi sabrosura. Oh, señor de la palanca. Yo te [y aquí se corta el texto]".
Áldertun cerró El Libro y El Ojo y se quedó dormido meditando sobre lo que acababa de leer. Meditó tres o cuatro veces, porque había comido McFabes y puso los pies mono-uña (cinco dedos que comparten una sola y gran uña) en remojo de horchata de desempleado.
Todavía no lo sabía, pero a Áldertun le esperaban grandes aventuras y también le esperaba su amigo Norris Trépanus en la puerta del Postradero Anglosajonazo.
Pero eso será en el próximo capítulo.
(En la imagen, Norris Trépanus, amigo de Áldertun)
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