20.3.07
Lágrimas de fallerita
(OPINIÓN-HUMOR) Las grandes fiestas populares (fallas, sanfermines, feria de abril, etcétera) siempre me han parecido un síntoma de atraso.
Nunca he podido dejar de pensar que si en Sevilla o en Málaga, por ejemplo, hubiese habido menos fiesta popular también habría habido menos terratenientes y señoritos.
La gente libera en las fiestas las energías y frustraciones que se deberían invertir en la protesta.
Las fiestas, y no la religión, son el opio del pueblo. Claro que, casí siempre, las fiestas populares van unidas a un patrón, a un santo: religión al fin y al cabo. Pero me atrevo a decir que son más dañinas por lo que tienen de alboroto que de carácter religioso.
Y en España, además, está muy mal visto criticar a la sacrosanta institución de la fiesta. Te acusan de antiespañol, amargado o infeliz a la menor.
No entiendo cómo alguien puede considerar "una pasada" meterse en una multitud sudorosa llena de gente borracha, empapada de pies a cabeza que no deja de berrear.
Me da igual si es la tomatina de Buñol o las fiestas de San Isidro. Toda fiesta multitudinaria me parece un infierno.
Reconzco que, si yo hubiera sido juez en Canarias los pasados carnavales, no me hubiera limitado a un tímido intento de proteger el derecho al descanso de los vecinos con una simple orden administrativa (que luego el juez retiró ante la enorme presión de los fiesteros y los primeros conatos de agresiones a los denunciantes).
No. Si yo hubiera sido ese juez, hubiera sacado los antidisturbios a la calle.
Y luego está el asunto del "sentimiento" fiestero (como el de las niñas falleras de la foto, que lloran de alegría, emoción y de ese "no se qué" que cada cual dice que tienen las fiestas propias).
"Es que tú no lo puedes entender; no sabes lo grande que es ver la cremá, y la mascletá". O en el Rocío: "Ver a la Señora no se puede explicar, es lo más grande, arsa, ea".
Esos fanatismos me descomponen y provocan que el cerebro se me convierta en una bola de goma de policía antidisturbios...
(OPINIÓN-HUMOR) Las grandes fiestas populares (fallas, sanfermines, feria de abril, etcétera) siempre me han parecido un síntoma de atraso.
Nunca he podido dejar de pensar que si en Sevilla o en Málaga, por ejemplo, hubiese habido menos fiesta popular también habría habido menos terratenientes y señoritos.
La gente libera en las fiestas las energías y frustraciones que se deberían invertir en la protesta.
Las fiestas, y no la religión, son el opio del pueblo. Claro que, casí siempre, las fiestas populares van unidas a un patrón, a un santo: religión al fin y al cabo. Pero me atrevo a decir que son más dañinas por lo que tienen de alboroto que de carácter religioso.
Y en España, además, está muy mal visto criticar a la sacrosanta institución de la fiesta. Te acusan de antiespañol, amargado o infeliz a la menor.
No entiendo cómo alguien puede considerar "una pasada" meterse en una multitud sudorosa llena de gente borracha, empapada de pies a cabeza que no deja de berrear.
Me da igual si es la tomatina de Buñol o las fiestas de San Isidro. Toda fiesta multitudinaria me parece un infierno.
Reconzco que, si yo hubiera sido juez en Canarias los pasados carnavales, no me hubiera limitado a un tímido intento de proteger el derecho al descanso de los vecinos con una simple orden administrativa (que luego el juez retiró ante la enorme presión de los fiesteros y los primeros conatos de agresiones a los denunciantes).
No. Si yo hubiera sido ese juez, hubiera sacado los antidisturbios a la calle.
Y luego está el asunto del "sentimiento" fiestero (como el de las niñas falleras de la foto, que lloran de alegría, emoción y de ese "no se qué" que cada cual dice que tienen las fiestas propias).
"Es que tú no lo puedes entender; no sabes lo grande que es ver la cremá, y la mascletá". O en el Rocío: "Ver a la Señora no se puede explicar, es lo más grande, arsa, ea".
Esos fanatismos me descomponen y provocan que el cerebro se me convierta en una bola de goma de policía antidisturbios...