3.4.07
Elogio de Savater, por Javier Otaola
"El filósofo Fernando Savater, espiado por el supuesto jefe del comando Donosti": la lectura de esta noticia me ha sobrecogido -una vez más-, y me ha evocado la estirpe y la dignidad volteriana de nuestro filósofo donostiarra y su coraje civil, que todos podemos y debemos reconocer más allá de nuestros acuerdos o desacuerdos.
El ejemplo y las palabras de Voltaire -también en Euskal Herria- resuenan cargadas de razón a través de los siglos para advertirnos contra lo que él llamaba la "peste de las almas"; esa enfermedad moral en virtud de la cual quien la contrae pierde la noción de la realidad y no sólo eso sino que se siente tocado por la gracia del Destino -está tocado- y en virtud de esa gracia queda persuadido de que sus acciones quedan por encima de las leyes humanas, las leyes que se aprueban en los Parlamentos nada valen para el fanático, para él las "verdaderas leyes" son las "voces" que le hablan desde la sombra, la fatwa que se acuerda por comandantes sin rostro, la consigna que se impone por jerarquías encapuchadas. Así resulta que el fanático no comete asesinatos sino que realiza "intervenciones", no deja huérfanos y viudas: provoca efectos "contextuales", no extorsiona, no roba, no intimida, sino que recauda, no da palizas, no bravuconea, no amenaza, ni injuria: lucha. Su conducta no es criminal sino "combativa".
(Sigue leyendo, en El País)
"El filósofo Fernando Savater, espiado por el supuesto jefe del comando Donosti": la lectura de esta noticia me ha sobrecogido -una vez más-, y me ha evocado la estirpe y la dignidad volteriana de nuestro filósofo donostiarra y su coraje civil, que todos podemos y debemos reconocer más allá de nuestros acuerdos o desacuerdos.
El ejemplo y las palabras de Voltaire -también en Euskal Herria- resuenan cargadas de razón a través de los siglos para advertirnos contra lo que él llamaba la "peste de las almas"; esa enfermedad moral en virtud de la cual quien la contrae pierde la noción de la realidad y no sólo eso sino que se siente tocado por la gracia del Destino -está tocado- y en virtud de esa gracia queda persuadido de que sus acciones quedan por encima de las leyes humanas, las leyes que se aprueban en los Parlamentos nada valen para el fanático, para él las "verdaderas leyes" son las "voces" que le hablan desde la sombra, la fatwa que se acuerda por comandantes sin rostro, la consigna que se impone por jerarquías encapuchadas. Así resulta que el fanático no comete asesinatos sino que realiza "intervenciones", no deja huérfanos y viudas: provoca efectos "contextuales", no extorsiona, no roba, no intimida, sino que recauda, no da palizas, no bravuconea, no amenaza, ni injuria: lucha. Su conducta no es criminal sino "combativa".
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