2.11.10
La Tía Jo
(Un relatillo que escribí en 2003 y que ahora saco del baúl de los recuerdos):
Hace tiempo que Marky de Marck venía pensando en la historia que la tía Jo le contó en aquella terrible fiesta de la Empresa.
Marky acababa de ser contratado, recomendado por la tía Jo, y estaba a prueba bajo le estricta vigilancia del jefe de personal Walkers, militar en la reserva a punto de jubilarse. Marky no llevaba la ropa adecuada para la ocasión, ya que había sido invitado en el último momento, pues algunas personas habían faltado y era necesario, tal y como dijo Walkers, “sustituir a las bajas para no malgastar los víveres”.
En el aseo de caballeros, frente al espejo, Marky trataba de anudarse por tercera vez consecutiva la corbata que le había prestado el amable portero del club que la Empresa había alquilado: el reputado Chipendale Country Club. En eso entró en el aseo la tía Jo, vestida de esmoquin y fumando un largo puro. Puso la mano sobre el hombro de Marky y, con cara de gravedad, comenzó a hablar mirándose en el espejo y ajustando innecesariamente su corbata de lazo color verde e inadecuado.
—Mira Marky, aunque tú no lo sepas, tu tía Jo es un hombre. Soy un hombre— Marky dejó la corbata de lado, pues parecía haber menguado misteriosamente, y se dió la vuelta con la mirada perdida. De pronto la fijó en el puro de la tía Jo.
—¿Qué has bebido, tía?
—Oh… sólo burbon…
—¿Cuánto burbon?— Marky volvía a su corbata.
—… y un poco de ponche —añadió la tía Jo mientras constataba que su puro se había apagado y buscaba un encendedor en el esmoquin—. También probé el vino tinto—continuó mientras blandía el encendedor—, porque sabe más bueno con un buen cigarro como éste…
Marky se echó la corbata por encima del hombro izquierdo, como si fuera una estola, pues ahora parecía haber crecido.
—¿No te dijo el doctor Ackermann que no podías probar una gota de alcohol?— Marky se miró al espejo poniendo cara de hombre interesante y sensible, apoyó las yemas de los cinco dedos de la mano derecha en el mármol negro del lavabo, y se llevó la izquierda a la cadera, para parecer más interesante y sensible, ganar aplomo y dar más determinación a sus palabras—. Tía, deberías atender a lo que te dice el médico—Tía Jo puso cara de disgusto y luego se puso zalamera.
—Y así lo he hecho, querido. No he probado una gota de alcohol, sino miles, tantas como caben en una copa —de pronto Tía Jo volvió a ponerse seria, mirando el puro como si se hubiera vuelto a apagar intencionadamente, como si fuera alguien con quien no se puede contar en los momentos difíciles—. Además —continuó—, el doctor Ackermann es mi mujer, y nunca una mujer de Nueva Inglaterra le dirá a su marido lo que puede y no puede beber. Nunca.
Marky se había quitado la corbata y la estaba humedeciendo bajo el grifo, parecía no atender a su tía.
—Mira, tía Jo, el doctor Ackermann está casado y tiene dos hijas —Marky se guiñó un ojo a sí mismo en el espejo, se lanzó un beso, y comenzó a escurrir la corbata estrujándola sobre el lavabo.
La tía Jo soltó una bola de humo y farfulló mientras tosía.
—Precisamente, precisamente, mon petit chou-chou, dos hijas mías que son primas tuyas —dijo tratando de coger aire de entre su bola de humo, mientras daba manotazos delante de su cara.
Con el fin de plancharla, Marky extendía la corbata húmeda pegándola en el espejo, pero ésta se despegaba allí por donde Marky acababa de pasar la palma de la mano. Volvió la cabeza para mirar a su tía.
—¿Y la señora Ackermann, la esposa del doctor?
La tía Jo pareció no sorprenderse por el aserto de su sobrino, soltó una bola de humo y entrecerró los ojos, mascullando.
—La señora Ackermann, querido, no es tal. Robamos el cadáver hace años de la consulta de Acky, —Marky entendió que Acky era el doctor Ackermann— parece estar viva pero en realidad está disecada, como la madre de Norman Bates —la tía Jo sonrío gatuna—, la señora Ackermann se mueve porque está llena de ratas. Acky las alimenta a través del esfínter de esa estúpida muñeca. Tendrías que verlo— La tía Jo puso cara como de ensoñarse— no es nada divertido, pero sí extremadamente instructivo. Son unos animales encantadores. Acky ha hecho un delicioso documental de todo el proceso, con música de José Feliciano. Es tan creativo. Un día de estos, si quieres, llevo la cinta a tu apartamento para que la veamos juntos. Oh, querido, ya nunca hacemos planes juntos, como antes, cuando todavía era una mujer.
Marky no prestaba atención a tía Jo. Sólo la corbata le preocupaba, no conseguía ni ponérsela ni alisarla: resopló y la arrugó entre sus dos manos como si quisiera aniquilarla. Entonces recuperó la compostura, extendió de nuevo la delicada tira de tela y la pasó cuatro o cinco veces por debajo de la tolva del secador de manos, tal y como si estuviera siguiendo un ritual misterioso, dado que el secador no se activaba. Justo cuando Marky iba a contestar a la tía Jo fue interrumpido por el estruendo del aparato que, a la décima intentona, se había activado. Y en el preciso momento en el que Marky había empezado a gritar el secador se paró de golpe.
—¡Tía, eres una mujer!— El aullido fue claramente audible por los aparcacoches. Con diligencia, Marky volvió a efectuar los pases mágicos con la corbata.
—Me estás gritando, querido —la tía Jo puso cara de disgusto—. Soy un hombre. Acky y yo nos operamos simultáneamente —el secador volvió activarse estruendosamente para enmudecer justo en el momento en el que el jefe de personal Walkers entraba en el aseo y la tía Jo comenzaba a gritar hasta desgañitarse— ¡¡Él me dio su verga bravía, y yo le dí mis pechos de sultana y mis labios mayores vaginales!! ¡¡¿No es fantástico?!!
El jefe de personal Walkers farfulló algo acerca de Ronald Reagan y de la Asociación Nacional del Rifle, sacó una libretilla en la que comenzó a anotar algo, y salió del baño tal y como había entrado, aunque aún más feo. Marky enmudeció y abrió mucho los ojos. Éstos empujaban sus cejas hacia arriba, muy muy arriba. Entonces, ante la reacción de Walkers, Marky rompió a llorar, a hipar y a toser, y recogió y rebañó el fruto abundante de un sonoro estornudo con la corbata que tenía arrugada dentro de su mano izquierda.
En ese momento se fijó en la etiqueta de aquel batiburrillo viscoso e irreconocible que se abría en su mano como una pequeña crisálida de alienígena. Dejó de llorar de golpe: “Moschino —decía la etiqueta— Serie limitada. Edición exclusiva y numerada para el Chipendale Contry Club. Seda natural. Evite el contacto con el agua. Lavar en seco. No acercar a superficies calientes”. Marky rompió de nuevo a llorar, con más fuerza incluso que antes.
La tía Jo le puso las manos en los hombros, le miró fijamente a la cara, y comenzó a hablar pausadamente, con el puro en la boca que, definitivamente apagado, casi llegaba a la nariz enrojecida y moqueante de Marky.
—De hombre a hombre, querido: tienes que superar esta situación. No me defraudes.
Hace tiempo que Marky de Marck venía pensando en la historia que la tía Jo le contó en aquella terrible fiesta de la Empresa.
Marky acababa de ser contratado, recomendado por la tía Jo, y estaba a prueba bajo le estricta vigilancia del jefe de personal Walkers, militar en la reserva a punto de jubilarse. Marky no llevaba la ropa adecuada para la ocasión, ya que había sido invitado en el último momento, pues algunas personas habían faltado y era necesario, tal y como dijo Walkers, “sustituir a las bajas para no malgastar los víveres”.
En el aseo de caballeros, frente al espejo, Marky trataba de anudarse por tercera vez consecutiva la corbata que le había prestado el amable portero del club que la Empresa había alquilado: el reputado Chipendale Country Club. En eso entró en el aseo la tía Jo, vestida de esmoquin y fumando un largo puro. Puso la mano sobre el hombro de Marky y, con cara de gravedad, comenzó a hablar mirándose en el espejo y ajustando innecesariamente su corbata de lazo color verde e inadecuado.
—Mira Marky, aunque tú no lo sepas, tu tía Jo es un hombre. Soy un hombre— Marky dejó la corbata de lado, pues parecía haber menguado misteriosamente, y se dió la vuelta con la mirada perdida. De pronto la fijó en el puro de la tía Jo.
—¿Qué has bebido, tía?
—Oh… sólo burbon…
—¿Cuánto burbon?— Marky volvía a su corbata.
—… y un poco de ponche —añadió la tía Jo mientras constataba que su puro se había apagado y buscaba un encendedor en el esmoquin—. También probé el vino tinto—continuó mientras blandía el encendedor—, porque sabe más bueno con un buen cigarro como éste…
Marky se echó la corbata por encima del hombro izquierdo, como si fuera una estola, pues ahora parecía haber crecido.
—¿No te dijo el doctor Ackermann que no podías probar una gota de alcohol?— Marky se miró al espejo poniendo cara de hombre interesante y sensible, apoyó las yemas de los cinco dedos de la mano derecha en el mármol negro del lavabo, y se llevó la izquierda a la cadera, para parecer más interesante y sensible, ganar aplomo y dar más determinación a sus palabras—. Tía, deberías atender a lo que te dice el médico—Tía Jo puso cara de disgusto y luego se puso zalamera.
—Y así lo he hecho, querido. No he probado una gota de alcohol, sino miles, tantas como caben en una copa —de pronto Tía Jo volvió a ponerse seria, mirando el puro como si se hubiera vuelto a apagar intencionadamente, como si fuera alguien con quien no se puede contar en los momentos difíciles—. Además —continuó—, el doctor Ackermann es mi mujer, y nunca una mujer de Nueva Inglaterra le dirá a su marido lo que puede y no puede beber. Nunca.
Marky se había quitado la corbata y la estaba humedeciendo bajo el grifo, parecía no atender a su tía.
—Mira, tía Jo, el doctor Ackermann está casado y tiene dos hijas —Marky se guiñó un ojo a sí mismo en el espejo, se lanzó un beso, y comenzó a escurrir la corbata estrujándola sobre el lavabo.
La tía Jo soltó una bola de humo y farfulló mientras tosía.
—Precisamente, precisamente, mon petit chou-chou, dos hijas mías que son primas tuyas —dijo tratando de coger aire de entre su bola de humo, mientras daba manotazos delante de su cara.
Con el fin de plancharla, Marky extendía la corbata húmeda pegándola en el espejo, pero ésta se despegaba allí por donde Marky acababa de pasar la palma de la mano. Volvió la cabeza para mirar a su tía.
—¿Y la señora Ackermann, la esposa del doctor?
La tía Jo pareció no sorprenderse por el aserto de su sobrino, soltó una bola de humo y entrecerró los ojos, mascullando.
—La señora Ackermann, querido, no es tal. Robamos el cadáver hace años de la consulta de Acky, —Marky entendió que Acky era el doctor Ackermann— parece estar viva pero en realidad está disecada, como la madre de Norman Bates —la tía Jo sonrío gatuna—, la señora Ackermann se mueve porque está llena de ratas. Acky las alimenta a través del esfínter de esa estúpida muñeca. Tendrías que verlo— La tía Jo puso cara como de ensoñarse— no es nada divertido, pero sí extremadamente instructivo. Son unos animales encantadores. Acky ha hecho un delicioso documental de todo el proceso, con música de José Feliciano. Es tan creativo. Un día de estos, si quieres, llevo la cinta a tu apartamento para que la veamos juntos. Oh, querido, ya nunca hacemos planes juntos, como antes, cuando todavía era una mujer.
Marky no prestaba atención a tía Jo. Sólo la corbata le preocupaba, no conseguía ni ponérsela ni alisarla: resopló y la arrugó entre sus dos manos como si quisiera aniquilarla. Entonces recuperó la compostura, extendió de nuevo la delicada tira de tela y la pasó cuatro o cinco veces por debajo de la tolva del secador de manos, tal y como si estuviera siguiendo un ritual misterioso, dado que el secador no se activaba. Justo cuando Marky iba a contestar a la tía Jo fue interrumpido por el estruendo del aparato que, a la décima intentona, se había activado. Y en el preciso momento en el que Marky había empezado a gritar el secador se paró de golpe.
—¡Tía, eres una mujer!— El aullido fue claramente audible por los aparcacoches. Con diligencia, Marky volvió a efectuar los pases mágicos con la corbata.
—Me estás gritando, querido —la tía Jo puso cara de disgusto—. Soy un hombre. Acky y yo nos operamos simultáneamente —el secador volvió activarse estruendosamente para enmudecer justo en el momento en el que el jefe de personal Walkers entraba en el aseo y la tía Jo comenzaba a gritar hasta desgañitarse— ¡¡Él me dio su verga bravía, y yo le dí mis pechos de sultana y mis labios mayores vaginales!! ¡¡¿No es fantástico?!!
El jefe de personal Walkers farfulló algo acerca de Ronald Reagan y de la Asociación Nacional del Rifle, sacó una libretilla en la que comenzó a anotar algo, y salió del baño tal y como había entrado, aunque aún más feo. Marky enmudeció y abrió mucho los ojos. Éstos empujaban sus cejas hacia arriba, muy muy arriba. Entonces, ante la reacción de Walkers, Marky rompió a llorar, a hipar y a toser, y recogió y rebañó el fruto abundante de un sonoro estornudo con la corbata que tenía arrugada dentro de su mano izquierda.
En ese momento se fijó en la etiqueta de aquel batiburrillo viscoso e irreconocible que se abría en su mano como una pequeña crisálida de alienígena. Dejó de llorar de golpe: “Moschino —decía la etiqueta— Serie limitada. Edición exclusiva y numerada para el Chipendale Contry Club. Seda natural. Evite el contacto con el agua. Lavar en seco. No acercar a superficies calientes”. Marky rompió de nuevo a llorar, con más fuerza incluso que antes.
La tía Jo le puso las manos en los hombros, le miró fijamente a la cara, y comenzó a hablar pausadamente, con el puro en la boca que, definitivamente apagado, casi llegaba a la nariz enrojecida y moqueante de Marky.
—De hombre a hombre, querido: tienes que superar esta situación. No me defraudes.
Etiquetas: humor, idas de olla, relatos
1 Comments:
No sé si cambiarme el apodo a "Tía Jo".
Mme. Discordia
By 3 de noviembre de 2010, 15:15
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