El miércoles 18 de enero de 2017 ha sido un gran día para los
partidarios de la energía nuclear, para el Gobierno del PP y para todos
los defensores del cortoplacismo. La producción de energía nuclear es peligrosa y genera residuos letales, pero el Tribunal Supremo ha decidido dar un balón de oxígeno a las empresas privadas que producen ese tipo de energía y ha franqueado el camino para el proyecto del PP de construir un cementerio radiactivo en Cuenca.
Por si alguien todavía no lo sabe, la gestión de los residuos
nucleares es competencia pública (sí, las empresas privadas se lucran
con la energía nuclear; pero usted y yo pagamos la gestión de esos residuos).
En España, hasta el momento, no existe un lugar donde almacenar esos
desechos de alta actividad (más allá de las piscinas de las centrales
nucleares). El modelo nuclear necesita de un cementerio radiactivo y el
lugar elegido para instalarlo fue la localidad conquense de Villar de
Cañas, para alegría de su Ayuntamiento (gobernado por el PP).
Es impensable que un partido político, salvo Podemos, se deje hacer un documental como Política, manual de instrucciones.
En él no todo está medido al milímetro y se muestra una naturalidad que
no parece impostada. En las casi dos horas que dura, quedan patentes
algunas realidades que, desde fuera, sólo se podían intuir. La primera
es la de que el auténtico cerebro pensante, el estratega del partido
(por usar un término de militar) es Íñigo Errejón. Él es que tiene el
campo de batalla en la mente y el que coordina los movimientos sobre el
tablero. Iglesias es el bailarín; Errejón, el coreógrafo.
Ese tema es el que hace que parezcamos gilipollas; así que mejor
déjalo estar, porque pierdo los papeles. Parecemos gilipollas y claro, nos tratan como a gilipollas.
Ya ves: me hierve la sangre y se me nubla la vista. Mejor no me hagas
hablar, porque nadie va a salir bien parado. Ni tú, ni yo, ni nadie.
Porque ese tema, en realidad, es el único tema. No sé ni por dónde empezar. Se me agolpan las ideas en la cabeza y me
indigno. Lo curioso es que da igual por dónde lo pilles, al final
acabas en el mismo sitio: en el tema, el dichoso tema. Porque todo está relacionado. Y lo peor es que es evidente. No importa a quien preguntes: prácticamente todo el mundo está de acuerdo.
Las cerraduras son preguntas y las llaves, respuestas. Los dientes de
una llave son como elementos de una frase: colocados en la manera
adecuada abren la puerta (o responden a la pregunta). Por eso las
palabras llave y clave son el mismo vocablo. Los ingleses usan key para señalar los dos significados. Las próximas elecciones del 26 de junio son una pregunta: ¿Qué realidad queremos construir?En
política, uno puede utilizar muchas llaves para responder a una misma
pregunta, para desbloquear una misma cerradura. Lo que haya detrás de la
puerta, esa realidad por construir, variará –como en un cuento de
fantasía– según la llave o la respuesta elegidas. ¿O quizá no variará
tanto?
Le escribo estas líneas porque estoy desconcertado ante su figura y
ante la admiración que le profesan personas que se dicen de izquierdas,
como Pablo Iglesias, Lluís Llach, Anna Gabriel o David Fernández; y también, entre otros, un numeroso grupo de miembros o simpatizantes de Acción Antifascista y de otras organizaciones socialistas, comunistas y anarquistas. Le escribo, en resumen, para explicarle mi desconcierto.
Antes de nada, permítame decirle que no voy a negar lo evidente. Sé
que Franco oprimió a los nacionalistas vascos (al igual, por cierto, que
oprimió a demócratas y antifranquistas del resto de España). Sé que en
Euskadi (Euskalherria, si usted quiere) ha habido torturas por parte del
Estado y hubo terrorismo de Estado. También ha habido sentencias
judiciales impresentables (como la que motivó el cierre de Egunkaria). Efectivamente, las leyes internacionales dicen que los presos deben estar cerca del lugar en que residen sus familias.
Se lo reconozco: si se ilegalizó Batasuna, se deberían ilegalizar
también los partidos españoles de extrema derecha que, exactamente igual
que usted ha hecho durante décadas, defienden o justifican algún tipo
de violencia y desafían el orden democrático. Y, por supuesto, la
doctrina Parot era una cadena perpetua encubierta.
Lo último que deseamos es que el PP vuelva a gobernar. No queremos votar
en blanco ni quedarnos en casa (eso favorecería a la derecha); pero nos hemos quedado sin candidato de izquierdas. O mejor: nos han dejado sin candidato. Nosotros no podemos. No podemos votar al PSOE,
un partido que ha traicionado demasiadas veces su palabra; ha asumido
el relato de la derecha (su mismo diagnóstico de la situación económica)
y acaba de dejar en bandeja al PP una mayoría de bloqueo en el Senado
que hará difícil una muy necesaria reforma constitucional.
Más de 430.000 personas mueren cada año en Europa
prematuramente a causa de la contaminación atmosférica. Las cifras no
provienen de ninguna ONG, de ningún grupo ecologista ni de ningún lobby; sino de la Agencia Europea de Medio Ambiente y fueron publicadas hace sólo unos meses.
En concreto, esas muertes son debidas a las partículas en suspensión
(PM), el ozono troposférico (O3) y el dióxido de nitrógeno (NO2).
Quien pisa un chicle no camina cómodo. A cada paso la goma de mascar se
va pegando por los adoquines, ralentiza la marcha e incluso obliga al
caminante a intentar despegarla con un palo, o con lo que haya a mano.
Si en España a día de hoy sigue gobernando Rajoy, y si tiene más
posibilidades de repetir como presidente del Gobierno hay que agradecérselo
en buena medida al pegajoso chicle del nacionalismo catalán y a la
ineptitud de los grandes partidos alternativos al PP, especialmente de
Podemos. ¿Podían haber hecho algo más para evitar un nuevo Gobierno del PP?
La respuesta es fácil: sí. Podían haber borrado la línea roja del
debate territorial y volverla a pintar dentro de dos años. Y, en ese
plazo, dar prioridad a los parados, los jubilados, los dependientes, los
precarios, etcétera.
Sánchez, Iglesias y Rivera están jugando con fuego (y no lo saben)
¿Son conscientes nuestros líderes políticos de que están jugando con
fuego? No lo parece, a juzgar por lo exultantes que se pasean por el
Congreso, y cómo zanganean de micrófono en micrófono y de tele en tele,
encantados de haberse conocido. La tranquilidad relativa que hasta ahora
hemos vivido en las calles, incluso en los períodos de máxima
movilización social, puede perderse si los ciudadanos perciben que su voto no vale para nada.
Nuestros líderes políticos, todos ellos, tienen una enorme
responsabilidad si se vuelven a convocar elecciones y, de nuevo,
fracasan en el intento de formar un gobierno de cambio: cuando la vía electoral se muestra como una vía muerta, el extremismo y la frustración se alían para incendiar la calle.
Fue a mediados de los años ochenta cuando, por primera vez, sentí la
necesidad de tener una prenda de vestir de una marca determinada: era
una camiseta azul con la palabra y el logotipo de Nike perfilados en una
fina línea blanca. No podía ser más simple. Se la había visto a algunos
compañeros de clase y yo quería la misma. Necesitaba ese símbolo sobre
mi pecho para molar tanto como ellos. Abruma recordar hasta qué punto llevar una u otra prenda de vestir podía suponer un retroceso en la jerarquía de los compañeros de clase o de los amigos del barrio. Luego llegaron las zapatillas Karhu, el plumífero bicolor marca Rock Neige y de ahí… boom: caí, como casi todos, en el marquismo.
Un marquismo del que, me temo, nunca terminamos de desembarazarnos del
todo. Ni siquiera los que pasan por ser íntegros militantes anticapitalistas.
En 2014 había en España un total de 3.114.361 millones de empresas, de
las cuales 3.110.522 (el 99,88%) eran pequeñas y medianas, es decir, pymes
(con entre cero y 249 asalariados). Son datos del Directorio Central de
Empresas, difundidos por el Ministerio de Industria en su informe Retrato de las pyme 2015 [PDF]. Eso indica que las grandes empresas españolas no llegan a 4.000 en número: en concreto son 3.839. ¿Y por qué todo el día sólo oímos hablar de las grandes empresas?
Soy buenista. Creo que los atentados terroristas que sufren
Europa, África, Oriente Próximo y Asia tienen un único origen, pero
motivaciones muy diversas: desde la pura maldad de unos individuos,
hasta los intereses de las grandes potencias y de las grandes fortunas
del mundo. Soy buenista. Creo que, si bien algunos de esos
atentados, antes de consumarse, han podido ser neutralizados por los
cuerpos y fuerzas de seguridad de los Estados, es imposible librarse de ellos empleando solamente medidas policiales o militares. Soy buenista,
creo que las medidas que de verdad los erradicarían no tienen un efecto
inmediato y no son medidas exclusivamente de carácter militar y
policial. Digo que la solución no será militar y por eso seré tachado
por algunos adalides de la violencia como buenista. Lo soy, y estoy orgulloso de serlo.
El Real Madrid encara el tramo final de la liga dándole
cada vez más importancia a Gareth Bale. Más de 470.000 personas han
muerto desde que comenzara la guerra civil en Siria hace cinco años.
Fran Álvarez afirma que si Belén Esteban quiere la
nulidad de su matrimonio, él no pondrá ningún problema. Más de 12
millones de personas han sido desplazadas en Siria a causa de los
combates. “Nuestra ventaja con Ferrari ya es sólo
cuestión de dos décimas”, declara Niki Lauda, asesor de Mercedes. Las
muertes en Siria por enfermedades crónicas que se han quedado sin
tratamiento superan las 200.000 y el acceso a medicamentos ha caído un
90%.
En España hay tantas izquierdas como personas que se dicen de izquierdas. Quizá de ahí provenga la ya crónica dificultad de los partidos políticos progresistas para ponerse de acuerdo y formar Gobierno. Incluso la palabra progresista, que acabo de emplear, es para mucha gente un calificativo de derechas. Un progre, para ciertos izquierdistas, es alguien burgués,
porque abrazando la idea de progreso o de reforma, se rechaza la de
revolución. Es muy difícil llegar a un consenso sobre qué es ser de
izquierdas y, a menudo, esa dificultad tiene como resultado que gobierne
(o siga gobernando, como es el caso) la que, sin lugar a dudas, es la
derecha.
En el pasado sólo los productos teníanmarca.
Al principio una empresa tenía una sola marca y esa sola marca daba
nombre a un solo producto. Por ejemplo, hacia 1950 nace Bic, y Bic sólo
fabricaba bolígrafos. Luego empezó a fabricar diferentes tipos de
bolígrafo. En 1973, con esa misma marca, llegan al mercado los
encendedores. Al año siguiente, las cuchillas de afeitar… Todo es Bic.
Una misma marca: varios productos. Con el paso de los años las compañías
diversifican su campo de acción. Crean diferentes marcas; pero bajo la
misma marca, pueden ofrecer productos y servicios diferentes. Pongamos
como ejemplo Virgin. La empresa fundada por Richard Branson comenzó
siendo, en 1971, una tienda de discos en Londres. Al año siguiente se
convirtió en discográfica. Actualmente bajo la marca Virgin encontramos
líneas aéreas, operadoras de telefonía móvil, líneas de tren, hoteles,
cómics, bancos, agencias de viajes. En el presente no sólo los productos
y los servicios tienen marca. Según los gurús del márketing, también los países, las instituciones, los partidos políticos y los individuos tenemos marca.
El resplandor de las llamas ilumina las caras desencajadas y sardónicas
de un puñado de vecinos en la noche oscura de Bautzen, Alemania. Festejan el incendio de un albergue para refugiados.
Palmoteos, risas, gritos. El vaho de sus bocas desdibuja las facciones…
Algunos respetables conciudadanos de esta villa fundada en el siglo XI
en el corazón de Europa han bebido más de la cuenta. Sus rostros se
desquician, atravesados por el deseo, el odio y el alcohol: el fuego del
fanatismo excita las figuras torvas de estos europeos. Balbucean una
parla confusa, como endemoniados. Uno de los danzantes intenta cortar el
suministro con el que los bomberos se afanan por aguar la fiesta. Hay
niños entre los congregados. Sus mayores los han llevado a ver las
llamas que devoran la esperanza de esas gentes llegadas de lejos, que
son distintas y, por lo tanto, sospechosas. Lección aprendida. El acta
policial es concluyente: “Varias personas hicieron comentarios
perniciosos y no ocultaron su alegría”. Las sombras se agigantan sobre las fachadas de los caserones de esta tranquila barriada centroeuropea.
En el colegio en el que mi madre daba clase hacían un ejercicio llamado No vivo solo.
Consistía en enseñar a los alumnos algo tan aparentemente sencillo como
eso: que vivimos en sociedad. Muchísima gente necesita unas lecciones
de No vivo solo. Por ejemplo, esas personas (jóvenes y en perfecto estado de salud) que toman un ascensor para subir una sola planta.
Y si para ello tienen que hacer que el elevador, cargado con cinco
personas, se detenga en esa primera planta y que el resto de la gente
pierda su tiempo, tanto peor. Por lo visto usar las lustrosas y amplias
escaleras para subir 15 peldaños es demasiado. Hay algunos que incluso
toman el ascensor para bajar una sola planta… El mundo no tiene
salvación.
En 1511 el humanista Erasmo de Róterdam escribió en latín una obra muy célebre, Stultitiae Laus. La traducción al castellano de ese título ha sido objeto de controversia. Hay quien la llama Elogio de la estulticia; otros, Elogio de la necedad y, muchos, Elogio de la locura.
Ésta última opción, con ser la más conocida, no es la más acertada;
puesto que si Erasmo hubiera querido referirse a la locura habría
escrito insania y no stultitia, como hizo. El diccionario de la RAE define estulticia como necedad, tontería. ¿Qué tiene esto que ver con la polémica sobre los titiriteros encarcelados por, supuestamente, enaltecer el terrorismo? Vayamos poco a poco, porque la cuestión es peliaguda y la tentación de simplificar, grande.
Iban a acabar con el bipartidismo pero, a fuerza de darse la espalda
Iglesias y Rivera, Podemos se perfila como muleta del PSOE y Ciudadanos
como muleta del PSOE y del PP. Una alta traición a sus votantes
que, si algo querían, era el fin del bipartidismo (es decir: que no
tenga que haber forzosamente un presidente del PSOE o uno del PP).
¿Por qué en la mente de los nacionalistas la metáfora física (los
cuerpos que se empujan y se excluyen mutuamente), tiene que imponerse a
la metáfora química (los elementos que se mezclan produciendo un
compuesto nuevo)?