Por primera vez en 26 años, la derecha no gobernará en el Ayuntamiento
de Madrid. Y eso ha sido posible por el trabajo de un montón de
voluntarios, militantes y ciudadanos pero, también, por la personalidad
de Manuela Carmena, la persona llamada a ser la nueva alcaldesa de
Madrid. El cambio está servido, si no ocurre nada raro en las
negociaciones entre los partidos que han entrado en el Consistorio (y si
no asistimos a un nuevo tamayazo, que nos conocemos y aquí hasta que no veamos a Carmena con la vara de alcaldesa no nos terminaremos de creer nada). En Madrid la derecha ha gobernado 65 de los últimos 75 años. La pregunta ahora es evidente, ¿por qué Manuela ha logrado el milagro de desalojar a los conservadores?
Las leyes pueden servir de guía para que una sociedad
avance. Ocurrió en España con la legalización del matrimonio entre
personas del mismo sexo. Quizás si se hubiera hecho un referéndum, la
mayoría de la población hubiera votado en contra, pero los legisladores,
al decretar esa medida, establecieron un punto de referencia con el que
las mentes más conservadoras poco a poco han tenido que transigir,
asumiendo un hecho consumado como normal (en el sentido de norma). Sin embargo, las leyes también pueden tener el efecto contrario –el de hacer retroceder a una sociedad–
cuando quien legisla lo hace con menos perspectiva histórica, lastrado
por la ignorancia, los intereses particulares o por cualquier variedad
del fanatismo (religioso, ideológico o nacionalista).
“Debemos entrar en Europa para que nunca llegue a funcionar”. Esta frase aparece en una soberbia serie de televisión, Sí, ministro, y es dicha por un miembro del Gobierno británico en los años setenta. El término euroescéptico durante décadas estuvo casi exclusivamente reservado a los conservadores británicos, a los llamados tories.
Luego se extendió a las diversas fuerzas nacionalistas, populistas y de
extrema derecha en diferentes países de Europa. Hasta hace poco, esos
eran oficialmente los euroescépticos pero, cada vez más, esa palabra se
usa para calificar a una buena cantidad de ciudadanos que nada tienen
que ver con posturas conservadoras, ultras o populistas. La alarma cunde
entre los principales partidos porque la única opción política mayoritaria que no pierde fuerza en Europa es la de la abstención.
La Fórmula 1 es un deporte. Los pilotos deben estar en una excelente forma para resistir la enorme tensión física y mental que impone la velocidad.
Las fuerzas que provocan las constantes aceleraciones y deceleraciones
del monoplaza en la estructura ósea de los pilotos les obliga a que
tengan una masa muscular bien trabajada. La frecuencia cardiaca puede
superar las 150 pulsaciones por minuto durante toda una carrera. Las
temperaturas en el habitáculo del coche se disparan y la pérdida de
hidratación alcanza entre los cuatro y cinco litros por carrera. Es
además inexcusable la fortaleza mental que exige no cometer errores
conduciendo a una media de más de 200 kilómetros por hora. Además está
la estrategia, los condicionantes mecánicos, la gasolina, la intuición
para leer la carrera… Hasta ahí el mérito de los pilotos, ingenieros y
mecánicos. El resto de la Fórmula 1, y de las competiciones de motor en
general, vomitivo.
10 claves secretas sobre cómo piensa Esperanza Aguirre
El pasado 20 de abril, la presidenta del Partido Popular de Madrid, Esperanza Aguirre, dio un pregón taurino en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Para desentrañar el pensamiento subyacente a cierta derecha española, supuestamente liberal y moderada,
analizamos las connotaciones filosóficas, antropológicas e ideológicas
de algunos fragmentos de su discurso. Veremos cómo el bastidor moral y
de preconcepciones sobre el que se mueve el pensamiento de Aguirre es
común a la tradición reaccionaria, nacionalista y dogmática. Lo más
grave es que esas connotaciones, rodeadas de gracejo, se inoculan como
un caballo de Troya en el oyente y acaban siendo percibidas como normales.
Querido amante de los recortes y de la llamada “austeridad”, querido neoliberal, querido votante acérrimo del PP, siéntese, póngase cómodo. Vamos a realizar un sencillo experimento mental con usted. Será algo rápido e indoloro. Usted reniega de “papá Estado”, sufre sarpullidos al oír la palabra “igualdad” y defiende a capa y espada el concepto de propiedad privada.
Bien. Cierre los ojos, o no los cierre si no quiere. No es imprescindible, sólo queremos que haga un esfuerzo de imaginación. Para nuestro experimento no necesita nada, ni siquiera papel y lápiz. Sólo imagine que usted, querido neoliberal, aún no ha nacido. Imagine que va a nacer en breve; pero ignora absolutamente todo sobre cómo va a ser el mundo al que llega.
Usted va a nacer, pero...
Era una voz incómoda para La Moncloa y había que acallarla. El Consejo de Ministros cerró el viernes pasado el Consejo de la Juventud de España (CJE), una institución independiente, participativa y autónoma, que desde hace 31 años realiza estudios y campañas sobre empleo juvenil, salud, diversidad sexual, inmigración, desarrollo sostenible, vivienda… El CJE estaba formado por los consejos de la juventud de las Comunidades Autónomas y una treintena de organizaciones de rango estatal, desde el Área Federal de Juventud de Izquierda Unida, pasando por Nuevas Generaciones del PP, Juventudes Socialistas, Cruz Roja Juventud, Federación de Mujeres Jóvenes, etcétera. En junio el Gobierno ya justificó la medida que ahora se ha consumado y lo hizo recurriendo a dos argumentos: el ahorro de 4,3 millones de euros en tres años y la existencia de un órgano con “competencias similares”, el Instituto de la Juventud (Injuve).
Si te parece una pérdida de tiempo hablar sobre la necesidad de comer menos carne, deberías seguir leyendo. Establecer un día sin carne fue una de las propuestas de Los Verdes alemanes para las recientes elecciones celebradas en aquel país. Varios analistas internacionales, con sonrisa de suficiencia, se apresuraron a calificar esta medida de “frivolidad”, “tropezón” o de “intromisión” en la libertad de los ciudadanos. Sin embargo, nada más lejos de la frivolidad que abrir el debate sobre el consumo de carne. No vamos a entrar aquí en los argumentos éticos de los animalistas y veganos que abogan por la supresión radical. Ni esgrimiremos las razones médicas para moderar la ingesta cárnica y las alternativas proteínicas que existen en las legumbres y frutos secos. Tampoco advertiremos sobre las toxinas, hormonas, antibióticos, esteroides y pesticidas que contiene la carne que consumimos. Ni siquiera diremos, como la adolescente de la película Agosto, que comer carne es “comer miedo”.
“Cualquier fórmula es mejor que estar en el paro”, dijo en agosto pasado Arturo Fernández, vicepresidente de la patronal española, CEOE. Gracias a las sucesivas reformas laborales está surgiendo un nuevo tipo de trabajadores. Son los trabajadores pobres. Personas que venden su fuerza de trabajo a cambio de una cantidad de dinero insuficiente para vivir con dignidad, personas que firman contratos de media jornada y trabajan más de ocho horas al día por menos del salario mínimo. Personas que trabajan gratis a cambio de una falsa promesa de permanencia. Personas, incluso, que pagan por trabajar a cambio de experiencia.
“Los verdaderos liberales nunca excluimos la posibilidad de admitir que nos equivocamos si se nos demuestra con hechos y con argumentos”, dijo la presidenta del PP de Madrid, Esperanza Aguirre, en abril de 2013. Ella, como tantos otros conservadores españoles, se define como liberal. Buena parte la propia izquierda española también define así al PP. Pero la palabra liberal no significa necesariamente ni lo que predican los unos ni lo que critican los otros. Aquí se plantean dos preguntas: ¿Cuándo regaló la izquierda española a la derecha el monopolio del uso de un concepto político tan lleno de matices? ¿De verdad el PP es un partido liberal?
Existen dos tipos de personas: las que se sienten seguras con mayor presencia policial, guardias jurados, redadas arbitrarias, cámaras de vigilancia, alarmas y alambradas; y luego existen las personas a las que ese tipo de despliegues, muy al contrario, les produce una sensación de inseguridad, de amenaza constante. En Reino Unido los policías raramente portan armas. Tampoco en la República de Irlanda, ni en Nueva Zelanda ni en Noruega. La policía de Islandia mató el día 3 de diciembre a una persona, era la primera vez que ocurría desde la creación de ese cuerpo de seguridad, en 1778. No es casualidad que, en general, las sociedades más cohesionadas, en las que sus ciudadanos disfrutan de más derechos sociales, sean precisamente las más alejadas de la idea de ‘Estado policial’. El concepto de seguridad que tradicionalmente se ha utilizado en España es, sin embargo, el más reduccionista. Y lo ha sido tanto en política interior como exterior. Consiste en reducirlo todo a una mera actividad policial o militar.
La mejor manera de detectar en cualquier interlocutor un intento de manipulación o un caso flagrante de demagogia es fijarse en su empleo de la palabra “pueblo”. Es verdad que este vocablo, que en realidad siempre ha sido ambiguo en su significado, para mucha gente sólo tiene connotaciones positivas. ¿Qué tiene de malo el pueblo, el pueblo “llano”? Se asocia dicho término a algo puro, virtuoso, como en el pasado se hacía con la idea del “buen salvaje”. Si el ser humano es bueno por naturaleza, la suma de seres humanos unidos en un pueblo también es buena por naturaleza. El pueblo, unido, jamás será vencido. Pero el pueblo, en realidad, no existe. Por eso a menudo sus integrantes son vencidos.
Nadie sabe exactamente a cuánto ascienden los recortes en España. La
única cifra oficial que ronda por el ciberespacio para el periodo
2012-2014 la divulgó el Gobierno en agosto de 2012 y es de 102.149
millones de euros. Pero claro, los recortes empezaron en mayo de 2010.
Existe un portal llamado Elrecortometro.org
que ha ido anotando todos los tijeretazos desde aquella fatídica mañana
de 2010. No ofrece una cifra global (o yo no he sido capaz de
encontrarla), pero los comentaristas de ese portal, en Twitter, situaban
los recortes en Sanidad, Educación, Servicios Sociales y Pensiones en
torno a los 121.000 millones de euros.
En los años sesenta comenzó a popularizarse el concepto de socialismo
real. Provenía de los países del bloque soviético, que justificaban así
la divergencia entre las políticas que estaban llevando a cabo y el
ideal que recogía la teoría marxista. El concepto fue fervorosamente
adoptado en Occidente por los teóricos antimarxistas que lo utilizaban
con una connotación clara: el socialismo real quiere decir que el
socialismo en realidad supone colas en los supermercados, violación de
derechos humanos, purgas y ausencia de pluralismo político. Muchas de
esas críticas eran pertinentes y el concepto de socialismo real
contribuyó en buena parte al desmoronamiento teórico y material del
bloque soviético. Pero, ¿por qué nadie habla de capitalismo real cuando
la aplicación del capitalismo difiere tanto de su ideal como lo hacía el
socialismo del suyo?
Querido aspirante, con toda humildad me voy a permitir decirle qué creo
que tendría que hacer usted para que personas como yo le votaran.
Imagínese a usted mismo, como futuro aspirante a liderar el PSOE,
pateándose calles y asambleas de barrio, dialogando con movimientos
sociales, con asociaciones de vecinos, con las mareas ciudadanas,
compartiendo su día a día y escuchándolos. Imagine que usted no espera a
las primarias en su partido y convoca una rueda de prensa sin siglas
que lo respalden. Y lo hace rodeado de un equipo de rostros de otros
partidos de izquierda y de activistas desconocidos pero fajados en la
primera línea de la defensa de los derechos sociales. Imagine que en esa
rueda de prensa hablan todos y que usted, atendiendo a la gravedad de
la situación del país, dice lo que piensa, explica su proyecto, pide
perdón por los errores del pasado y ofrece las razones del porqué en el
Parlamento votó lo que votó en determinadas ocasiones. Imagine que en
ese momento usted se postula para esas primarias aún sin convocar. Y
marca la agenda. Y se libera del aparato del partido, al que pilla con
el paso cambiado. Imagine que habla directamente a los ciudadanos y
realiza el equivalente actual a aquel congreso de Suresnes.
¡Escándalo! ¡Pero cómo se atreven! Se pone usted en contra a la mayoría
del aparato, a la estructura heredada, crea el embrión de algo nuevo.
Sería un salto mortal de todo o nada y demostraría la fe en el proyecto
que va a presentar…
Madrid está lleno de basura, pero Ana Botella “espera”, “confía” en que
no afecte a los ciudadanos. Un tren se accidentó en Santiago de
Compostela y murieron 80 personas. Misteriosamente, Adif y Renfe no
sabían decir quién era el responsable de ese tramo de la ruta. La
palabra ‘responsabilidad’ tiene que ver con ‘responder’ y en España hace
tiempo que nadie responde. No responde el presidente del Gobierno, que comparece a través de una
pantalla de plasma, ni innumerables dirigentes políticos, que convocan
comparecencias de prensa donde no están permitidas las preguntas.
Vivimos en un país de irresponsables.
Ocurrió hace 20 años, lo reconozco. Me gasté todos mis ahorros en unas zapatillas de deporte. 16.000 pesetas (96 euros).
Y encima eran unas zapatillas ‘surferitas’, como corresponde a mi
condición de pijoprogre. Lo hice porque había suspendido un examen de
Historia en COU. Fue un suspenso injusto, así me lo pareció a mí, y decidí premiarme por suspender.
Misterios de la psique, de los impulsos del consumo, de la economía de
los placeres. Decía José Luis Sampedro que el sufijo ‘-ismo’ estropea
las cosas. ¿Hay alguna diferencia entre consumir y caer en el
‘consumismo’?
A lo largo de la Historia los poderosos, para someter el resto de las personas, siempre han recurrido a una instancia absoluta: Dios, Logos, Padre, Ley, Razón, el Individuo, la Humanidad, la Ciencia, el Lenguaje… Dependiendo de a quién sirviera, la filosofía ha ido creando o destruyendo esos absolutos: ya fueran sistemas religiosos formales o constructos ideológicos. “Dios ha muerto”; “hay que matar al Padre”; “es el fin del logocentrismo”; “es el fin del antropocentrismo”, “es el sueño de la Razón…”. Tras el ocaso de estos ídolos, el último gran Absoluto que queda por derrocar es el de la Información. Y quizá sea tiempo de admitir que la información ha muerto.
La escuela es lo contrario del trabajo. Tal cual. Existe la peligrosa idea de que los niños en la escuela tienen que aprender a prepararse para la vida laboral: la rutina, los horarios, el sometimiento a una disciplina y a unos plazos. La escuela se convierte así en un mecanismo de control social y en una herramienta para prolongar el statu quo. Esta concepción de la escuela se extiende hasta la educación universitaria, cuando se aboga por una Universidad que responda a lo que demandan las empresas. Este mantra les encanta a muchos responsables de las políticas educativas. Las empresas, claro, demandan trabajadores cualificados; pero también dóciles, disciplinados, que no cuestionen el statu quo, y eso es lo que deben producir las universidades.
“Mi país, Europa”, rezaba una pegatina que mucha gente lucía con
ilusión hacia 1986, cuando España ingresó en la Comunidad Económica
Europa, la institución que tiempo más tarde se convertiría en la Unión
Europea. 27 años después, ¿qué queda de aquella ilusión?
“En definitiva, somos –y éste será nuestro título más honroso– buenos
europeos, los herederos de Europa, herederos ricos y satisfechos, pero
herederos también infinitamente deudores de varios milenios de espíritu
europeo”, decía Nietzsche en La gaya ciencia en 1882.
Y Ortega y Gasset en 1921 concluía España invertebrada con
estas palabras: “Todo pueblo occidental al llegar a su plena integración
en la hora de su preponderancia ha hecho la misma sorprendente y
gigantesca experiencia: que los otros pueblos europeos también eran él
o, dicho viceversa, que él pertenecía a la inmensa sociedad y unidad de
destino que es Europa”.
Hay muchos otros textos históricos en los que se defiende el ideal de Europa como una unidad, pero quizá desde la II Guerra Mundial nunca la idea de Europa ha estado tan desacreditada como ahora.